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El gringo loco

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  2007. La música lo había llevado al periodismo. Mejor dicho, el heavy metal y su afán por difundir a los exponentes locales lo condujo a estudiar la más noble y vil de las profesiones 16 años atrás. Por eso, la obsesión por obtener la primicia o caer en el facilismo del sensacionalismo nunca lo sedujeron. Nunca fue un sabueso de la noticia ni un empedernido hombre de prensa. Más bien, descubrió, con el paso del tiempo, que lo suyo era contar historias, expurgar sus demonios internos y tirar un cable a tierra. Francisco había pasado por algunas redacciones de “prestigiosos” diarios y ahora se encontraba en el “nuevo producto” de la más importante casa editorial del país. Luego de pasar por la sección deportiva, recaló en la de Internacionales. La mañana del 16 de abril el mundo amaneció conmocionado. Una nueva matanza en un centro de estudios golpeaba por enésima vez Estados Unidos. El trágico saldo: 33 muertos y 29 heridos.   La redacción del diario estaba alborotada tratando de

El campamento

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  Julio, 1980. Su timidez le impedía sociabilizar como todo niño de su edad. A sus ocho años, Francisco prefería observar, contemplar, vivir en silencio, hacia adentro, casi nunca hacia afuera, siempre soñando despierto con lo que podría ser y no enfrentando lo que era. Había una desconexión con el mundo real y con frecuencia imaginaba lo que quería que sucediera pero nunca hacía nada (o casi nada) para que ocurriera. Y como para que rompiera ese miedo a enfrentar la realidad y conectara con otros niños, sus padres lo pusieron en los Boy Scouts. El detalle estuvo que en su colegio no había Boy Scouts por lo que su padre le pidió el favor a una compañera de trabajo. La señora de imponente porte era la Akela -jefa de la manada de los lobatos en un reputado colegio alemán en Miraflores- que hizo la gestión para que aceptaran a Francisco. Así, el rubicundo niño asistió cada sábado al mencionado colegio para aprender a hacer diversos nudos, fogatas, escalar, primeros auxilios, trabajar en

Sergio de piña, Francisco de chocolate

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  Un enorme y delicioso helado con fudge había caído en las escalinatas del viejo edificio ubicado al final de la avenida Javier Prado en Magdalena. La patota apostada en el lugar lo miraba con indiferencia y nadie se había tomado la molestia de limpiarlo. De pronto llegaron Sergio y Francisco, que muertos de calor y hambre, miraron el helado como su tabla de salvación. “Oye, Francisco, gran parte del helado no está tocando el suelo, se puede rescatar algo, ¿no crees? Se ve rico”, espetó Sergio. “Mmm, tú crees Sergio. ¡Ya que mierda! Trae dos cucharitas de tu casa. Lo que no mata, engorda”, le respondió Francisco. Sergio subió presuroso al último piso y bajo dos cucharitas. Ambos comieron con un gusto el helado ante la sorpresa, asco y carcajadas de la patota. ¡Par de locos estos dos! Se escuchó decir. Francisco había conocido a Sergio en una de esas tantas reuniones con la patota de Magdalena. Pese a su timidez, le hizo el habla a Sergio que salió de su habitación luego qu

El escarabajo naranja (El Sunset II)

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  -¡‘Chino’, nos vamos a matar!, gritaron a una sola voz Francisco y sus amigos. El escarabajo naranja volaba sobre el asfalto de las calles miraflorinas porque el  ‘Chino’  Augusto estaba poseído por los diablos azules, negros, y de todos los colores, mientras que a sus amigos se les había pasado la borrachera del susto. Ingresaron a toda velocidad al segundo óvalo de Pardo y la faja del motor terminó por salirse. Con su clásica frase “me llega al pincho”, el ‘Chino’ bajó del auto, prendió un cigarrillo, abrió la tapa del motor, puso la faja, y volvió a manejar como si nada hubiese pasado ante la atónita mirada de sus compañeros de juerga. -Ya carajo, si siguen jodiendo se bajan todos y se regresan caminando a Magdalena. Las palabras del ‘Chino’ tuvieron efecto inmediato y el camino de regreso fue un sepulcro. Nadie volvió a abrir la boca. Una noche más de ron, anisado de a sol y Cienfuegos había sazonado a la mancha de espíritu y corazón de acero. Luego del ensayo de Se

CELESTE

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El enemigo Miraflores, 1991. A Ratón, Robot y Francisco los une dos pasiones: el metal y el fútbol. En los últimos tres meses habían ensayado casi todos los días en el llamado “gallinero” ubicado en el techo de la casa de Pino en Miraflores. Debido a la timidez de los tres y de venir de estratos sociales diferentes, la química demoró pero llegó a fluir gracias a su devoción por Slayer y a la celeste. Luego de hacer bulla por un par de horas un sábado de abril, se pusieron a conversar de fútbol y convinieron que al día siguiente irían al estadio por primera vez juntos. Se trataba del U-Cristal, un partido que marcaría sus vidas. Como cada uno vivía en lugares distintos de la ciudad -San Juan de Miraflores, Barranco y San Isidro- acordaron reunirse en la avenida Alfonso Ugarte para ir caminando al estadio. Ingenua y temerariamente llegaron caminando solos al Lolo Fernández en el viejo barrio de Odriozola en Breña. Compraron sus entradas e ingresaron a la tribuna Oriente d

EN EL MÁS ALLÁ

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  Un cuchillo oxidado cayó clavado sobre el escenario de madera del Más Allá. Los miembros de Agresión Extrema solo atinaron a seguir tocando mientras intercambiaban miradas de asombro. La gente se empujaba en el pogo y agitaba la cabeza con frenesí como si nada hubiera pasado. Francisco terminó de vociferar Sabes, la mierda que eres y se miró con el ‘Robot’ y con el ‘Ratón’ buscando una explicación. Tras unos segundos de silencio y acoples de guitarra decidieron continuar con su presentación. Francisco tomó el micrófono y gritó con fuerza: “Está canción habla de nuestro pueblo….” -¡Calla pituco de mierda! se dejó escuchar en el local barranquino. -¡Calla concha tu madre! A ver, dímelo en mi cara…, espetó Francisco mientras la sangre se le subía al rostro evidenciando su fastidio. Su rubicunda cabellera, que viviera en San Isidro y su ascendencia italiana le caían mal a más de uno en la horda metalera. Francisco masculló entre dientes… ¡Que mierda! y gritó: ¡¡¡Esto es I

EL EXTRANJERO

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-“Discúlpeme señora, pero su hijo es muy retraído, casi no habla en clase, ni siquiera con sus compañeros. No se adapta al grupo. Nunca quiere participar. Hace bien los trabajos y su nivel de aprendizaje es normal, pero creo que podría tratarse de un caso de autismo leve…” -“¡Qué me está diciendo, señorita! Está usted loca. Mi hijo es completamente normal. Seguro que usted no sabe llegar a los niños…” Rosaura, casi siempre equilibrada y amigable, rompió en furia al escuchar la explicación de la profesora del nido de Francisco. Ella no veía nada extraño en su único hijo hombre de cinco años, así que decidió no hacerle caso al diagnóstico de la novel profesora. En el patio del nido, para variar, Francisco estaba parado en un rincón observando a sus compañeros jugar. Vestía con su mandil azulino –mientras todos los niños estaban de gris– y sostenía en su mano derecha su pequeña lonchera amarilla. A sus cortos cinco años, simplemente se sentía ajeno a la situación que lo rodeaba. Habí