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Con los ojos abiertos

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Foto: Fernando Olivera Vivir en San Isidro y haber estudiado en el Markham no le había impedido a Francisco conocer el ‘mundo real’. La burbuja de la clase media-alta en la que nació se rompió rápidamente con el fútbol, la música, los paseos a provincia por carretera con sus padres, las idas al Callao con su viejo y los apagones y coches bomba que remecían Lima, que remecían el Perú. Era el último día de clases, el último día de su infierno gris. “Compañeros, el Perú no solo es San Isidro, La Molina, Camino Real…”, decía el prefecto general de la promoción durante su discurso final mientras la mayoría de sus compañeros cuchicheaban de por qué no se callaba de una buena vez ese huevón. Francisco, en medio de la masa estudiantil, observaba con indignación la actitud de sus compañeros. “Es increíble la indiferencia de estos huevones frente a la realidad del país. Creen que solo ellos existen y que el mundo gira a su alrededor”. Al cruzar por última vez el portón gris metálico del colegio

¿Estás muerto?

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- ¿Are you dead? Preguntó el director con esa voz aguardientosa que despedía un olor nauseabundo por la mezcla de alcohol y tabaco. El joven no se inmutó, ni siquiera le regaló una tímida mirada en forma de disculpa como suelen hacer muchos alumnos. El silencio fue como una cachetada para el director del prestigioso colegio británico miraflorino. - ¿Are you dead? Volvió a repetir Mr. Inchbeck en tono más alto, pero tampoco hubo respuesta. Segundos antes, el director había cruzado todo el campo de fútbol que separaba su casa de las aulas del colegio y ante la presencia de tres alumnos, que se encontraban tomando su refrigerio en una banca, saludó como solía hacerlo: - Good morning boys. Solo dos de ellos respondieron. Francisco pensó que pasaría inadvertido, pero se equivocó. Felizmente, para él, lo sucedido no pasó a mayores y solo provocó la posterior burla de sus compañeros, que se tiraron al césped de la risa. Cursaba el tercero de media y a estas alturas el colegio se había conver

La lluvia de caca

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Foto cortesía de Marco Gamarra Galindo Sábado por la noche, día de concierto. Las sucias e impredecibles calles del centro de Lima esperaban el ataque de las hordas metaleras. La cita esta vez era en esa callejuela oscura llamada Malambito. Las manchas empezaron a llegar desde todos los distritos. En una de ellas estaban Francisco, Sergio, ‘Pao’, ‘Malagracia’ y la ‘Gordis’. Habían llegado temprano y se pusieron a charlar amenamente en una de las veredas antes de que empezara la tocada. Los cinco incautos no se habían percatado que los vecinos de la calle estaban hartos de la bulla y las peleas de los pelucones y que tenían una manera muy particular de ahuyentarlos de su barrio. Sergio lideraba la charla mientras el resto escuchaba atentamente. En plena explicación, juashhhhhh, juashhhhhhhh, una lluvia marrón y putrefacta le cayó encima a todos. La peor parte la llevó Sergio, a quien le cayó la lluvia marrón en la cara, llenándosele la boca de mierda. Fue tal su asco y vergüenza, que sa

‘El Sunset’

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C Los tragos iban y venían. La brisa marina hacía que los efectos del alcohol sean más rápidos y furibundos que de costumbre. Estábamos como cualquier viernes o sábado en el Sunset de Miraflores, chupando para variar y viendo la vida pasar. Era cumple de 'Coco' y todos habían tenido la “original” y “genial” idea de regalarle un trago por su onomástico. La crisis del primer gobierno de Alan golpeaba fuerte y comprar chela era casi un lujo para los alicaídos bolsillos, sobre todo si todavía no trabajabas y eras un pelucón de marras. Así que todos los "invitados" que llegaban traían entre manos su Cienfuegos. La mayoría, para variar, no había comprado nada para mezclarlo –ni Tang ni cosa parecida– así que caballero nomás, purol. El bendito líquido era como un pequeño infierno que transitaba con violencia de la garganta al estómago, para luego fundir el hígado. Al final, no sé cuántas botellas apilamos junto a la banca del lugar, pero fueron muchas, demasiadas. La mancha