La caminata



Los cuerpos sudorosos se golpeaban sin cesar. No había tregua. Se encontraban una y otra vez al ritmo de la música. Esta especie de danza tribal servía para exorcizar los demonios internos de seres sin rostro, sin esperanza, que buscaban llenar el vacío de sus existencias y compartir fraternamente sus frustraciones.
El estribillo “Es normal en estos tiempos...” de la banda Dictadura de Conciencia (DDC) remecía el pequeño local de Breña mientras que el caos sónico envolvía los cuerpos en medio del frenesí del ‘pogo’.
Francisco estaba recostado contra una de las paredes y trataba infructuosamente de proteger a Gneis de los empujones, patadas y puñetes que los acechaban.
“Mejor ponte por aquí, es más seguro” le dijo tímidamente Francisco a Gneis.
“No te preocupes. Ya he visto conciertos subtes y sé cómo es el pogo. Me encanta observar”, le respondió Gneis muy suelta de huesos.
Habían ido a ver al ‘Huachón’, compañero de estudios que tocaba el bajo en DDC. La banda destilaba un hardcore furioso y rápido, que no daba descanso.
El concierto continuó por un par de horas. Francisco y Gneis solo atinaban a lanzarse miradas y sonrisas cómplices, mientras evitaban los golpes.
¿Y qué te pareció el concierto?, preguntó Francisco.
“Estuvo mostro. Harta energía. Espero que se repita”, le contestó entusiasmada Gneis.
Tras la bulla, ambos salieron a la calle y compartieron unos minutos con ‘Huachón’ y la mancha.
Hacía calor, Gneis propuso tomar algo, pero Francisco no tenía plata. Ella se dio cuenta y le advirtió, “por si acaso, yo invito”.
Caminaron un par de cuadras por Breña y encontraron un pequeño local. Ella compró una “chela” bien helada. Francisco se declaró abstemio. Entonces, Gneis pidió una gaseosa para él, pero inmediatamente el muchacho de cabello largo cambió de opinión y llenó los vasos con cerveza.
“Una botella nomás –recalcó Gneis-- y nos vamos al toque porque hay ley seca a partir de las 12. Mañana hay elecciones”.
….
Se conocieron casi de casualidad. Compartían algunas clases en la escuela de periodismo y algunos amigos.
La primera vez que Francisco vio a Gneis le llamó la atención sus largos cabellos marrones, sus vivaces ojos de tierna mirada y su prominente e inocultable ‘derrier’. De caminar coqueto y voz radiofónica, era imposible que pasara desapercibida por los corredores de la escuela. Era una mezcla de gitana y sirena, de misterio y embrujo.
Extrovertida, segura de sí misma, independiente, Gneis nunca se quedaba callada en clase, lo cual generó la envidia y rechazo de sus compañeros.
En un comienzo –al igual que sus compañeros– Francisco pensó que Gneis era un poco sobrada y encima era una de las pocas alumnas que se atrevía a intervenir en la clase del profesor de redacción. Es que aquél era el más odiado de todos, por su nivel de exigencia. Con el paso del tiempo, Francisco entendió que Gneis estaba ávida de aprender, algo poco común en el salón, donde la mayoría estaba más preocupada en meter chacota y matar el tiempo sin abrir un libro.
En uno de los recreos, estaban en grupo conversando en el patio de la escuela. Gneis tenía su brazo apoyado en el hombro del ‘Mitrón’, un amigo común, que conversaba alegremente con ‘Felipillo’, ‘Huachón’ y Francisco.
De pronto Mitrón cambio de cara. “Me meo. Tengo que ir al baño. ¿Quien se ofrece a ocupar mi lugar?”.
Así, lanzó la oferta en forma intempestiva: “Ya huevón, pon tú hombro”. Inmediatamente, Francisco ocupó el lugar de Mitrón pero Gneis no puso el brazo sobre su hombro. Él la miró fijamente, pero ella dudó y le preguntó si estaría cómodo.
“Para nada. Apóyate, nomás”, respondió Francisco, con una autoconfianza que encubría su real timidez.
El contacto de Gneis con su hombro provocó una pequeña descarga interna y Francisco se quedó medio petrificado durante la breve charla. Después de unos minutos, sonó la campana y todos volvieron a clase…
….
Entraron al bar y Gneis pidió una chela. La conversación fluyó como si se conocieran de años. A pesar de ser tan diferentes – Gneis: extrovertida, conversadora, cautivadora y emotiva. Francisco: introvertido, parco y frío– la química fue casi instantánea.
Hablaron de todo… música, política, religión, familia y un largo etcétera.
¿Por qué no te gusta tomar?, preguntó Gneis.
“Tomo cuando salgo con mis patas, pero la verdad que no le agarro el gusto. Tomo por estar con ellos, pero la verdad que ni el trago corto ni la chela me gustan”, respondió Francisco.
Gneis sonrió y Francisco vio en ella una ternura, un halo de vida que nunca había visto, que nunca había sentido. Quedó hechizado.
“Uy…son las tres de la mañana. Que rápido se ha pasado la hora. ¿Ahora cómo nos vamos?”, preguntó Gneis.
“Algo pasará por la Venezuela”, dijo Francisco, pero con cierta preocupación.
Ya en la calle, el panorama era desolador. Ni un micro, ni una combi, ni un taxi, nada de nada.
La interminable avenida Venezuela estaba vacía. Ni un alma, ni un perro que les ladre.
Gneis y Francisco se miraron de manera cómplice y empezaron a caminar. Las calles parecían interminables y el frío de la madrugada empezó a arreciar. Casi sin darse cuenta, Francisco terminó abrazando a Gneis y hubo una conexión inmediata, una energía que los protegió durante todo el camino.
Hacía un año que había caído el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. Miraflores había sido remecida por el atentado de la calle Tarata y todo Lima seguía siendo un lugar muy peligroso, sobre todo de madrugada.
Pero extrañamente, no aparecieron, como habitualmente lo hacían, las hordas de pirañas que pululaban por el lugar, ni ningún malandrín de medio pelo recién salido del penal de Lurigancho que siempre amenazaban con cortarte la cara, provistos de un oxidado cuchillo o un vidrio de botella rota. Ni siquiera esos perros de callejón que te atarantan pero que finalmente no te muerden.
Durante dos horas de caminata o más, un eterno diálogo, silencios cómplices y la ternura fueron sus únicos acompañantes. Parecía que el tiempo se había congelado y que los únicos en el mundo eran ellos. No hubo cansancio ni fastidio, sino más bien una paz y un equilibrio interior que los embargaba a cada paso, a cada minuto, a cada segundo.
Pese a la evidente atracción, ambos sintieron que las cosas no debían apresurarse, que debían fluir con naturalidad, como un devenir lógico de sus sentimientos. Francisco le acarició suavemente el rostro y le dio algunos besitos en la cabeza, mientras Gneis se acurrucó tiernamente entre sus brazos. Pura magia...
Llegaron a casa de Gneis en el cruce de Faucett con Venezuela. Se despidieron con la ilusión y la promesa de volverse a ver pronto, ya que –sin saberlo– el fin del inesperado periplo, había iniciado otro: un camino de vida de dos almas gemelas que aún continúan su andar, pero ahora por una Lima más tranquila y con más esperanza.

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