Con los ojos abiertos
Foto: Fernando Olivera Vivir en San Isidro y haber estudiado en el Markham no le había impedido a Francisco conocer el ‘mundo real’. La burbuja de la clase media-alta en la que nació se rompió rápidamente con el fútbol, la música, los paseos a provincia por carretera con sus padres, las idas al Callao con su viejo y los apagones y coches bomba que remecían Lima, que remecían el Perú. Era el último día de clases, el último día de su infierno gris. “Compañeros, el Perú no solo es San Isidro, La Molina, Camino Real…”, decía el prefecto general de la promoción durante su discurso final mientras la mayoría de sus compañeros cuchicheaban de por qué no se callaba de una buena vez ese huevón. Francisco, en medio de la masa estudiantil, observaba con indignación la actitud de sus compañeros. “Es increíble la indiferencia de estos huevones frente a la realidad del país. Creen que solo ellos existen y que el mundo gira a su alrededor”. Al cruzar por última vez el portón gris metálico del colegio...