El escarabajo naranja (El Sunset II)
-¡‘Chino’,
nos vamos a matar!, gritaron a una sola voz Francisco y sus amigos.
El
escarabajo naranja volaba sobre el asfalto de las calles miraflorinas porque el ‘Chino’ Augusto estaba poseído por los diablos azules, negros, y de todos los
colores, mientras que a sus amigos se les había pasado la borrachera del susto.
Ingresaron
a toda velocidad al segundo óvalo de Pardo y la faja del motor terminó por
salirse.
Con
su clásica frase “me llega al pincho”, el ‘Chino’ bajó del auto, prendió un
cigarrillo, abrió la tapa del motor, puso la faja, y volvió a manejar como si nada
hubiese pasado ante la atónita mirada de sus compañeros de juerga.
-Ya
carajo, si siguen jodiendo se bajan todos y se regresan caminando a Magdalena.
Las
palabras del ‘Chino’ tuvieron efecto inmediato y el camino de regreso fue un
sepulcro. Nadie volvió a abrir la boca.
Una
noche más de ron, anisado de a sol y Cienfuegos había sazonado a la mancha de espíritu
y corazón de acero.
Luego
del ensayo de Sentencia en la casa del ‘Perro’, habíamos ido como (casi)
siempre al Sunset.
Desde
el faro había llegado una pequeña mancha de metaleros, un rezago de la otrora Horda Metálica.
Un
metalero ya entrado en años con el “gorro” medio descocido y enchamarrado
miraba con los ojos vidriosos y con cierto desprecio a los más jóvenes.
-Ustedes
no saben nada de metal. Los padres y el verdadero metal son bandas como Zep,
Sabbath, Maiden, Judas…Esos son los verdaderos grupos que tienen el espíritu…hasta
Metallica les puedo pasar. Pero ¿Slayer? señalando el parche que tenía
Francisco en la espalda de su chaleco de jean, es pura bulla. ¿Destruction? apuntando
el polo del Eternal Devastation que llevaba Francisco…¡Pura mierda!
El
susodicho, tambaleante, tomó un par de tragos más de su botella y se alejó
mascullando frases insultantes e incomprensibles.
Francisco
y Calancas se miraron de manera cómplice y se cagaron de risa.
Metros
más allá, el ‘Chino’ chupaba su roncito Cartavio y departía con el resto de la
mancha. De un momento a otro, Francisco y Calancas se sentaron en el muro que daba
a la Costa Verde, dándole la espalda al acantilado.
Abrazados,
comentaban anécdotas y recordaban al buen Coqui y sus botas del mal que había
partido a Holanda.
Francisco
había recibido decenas de cartas de su mejor amigo que atesoraba y llenaban los
cajones de su escritorio en su cuarto.
En
una de ellas, le mandó las letras que había escrito para Sentencia: Maldita
Realidad y La Verdad. Francisco se identificaba totalmente con ellas y
extrañaba a su amigo con quien tenía una química muy especial.
De
pronto, una ráfaga de viento frío golpeó los cerebros de Calancas y Francisco y súbitamente se fueron para atrás.
¡Puta
madre! -gritó la mancha- creyendo que se habían caído al acantilado. Para suerte
de Francisco y Calancas, había un pequeño jardín detrás que les salvó la vida. Al acercarse la
mancha a ver lo que había pasado, ambos estaban cagándose de risa sobre el pequeño jardín sin darse cuenta del riesgo en que habían estado sus vidas.
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