Sergio de piña, Francisco de chocolate
Un enorme y delicioso helado con
fudge había caído en las escalinatas del viejo edificio ubicado al final de la
avenida Javier Prado en Magdalena. La patota apostada en el lugar lo miraba con
indiferencia y nadie se había tomado la molestia de limpiarlo.
De pronto llegaron Sergio y
Francisco, que muertos de calor y hambre, miraron el helado como su tabla de
salvación.
“Oye, Francisco, gran parte del
helado no está tocando el suelo, se puede rescatar algo, ¿no crees? Se ve rico”,
espetó Sergio.
“Mmm, tú crees Sergio. ¡Ya que
mierda! Trae dos cucharitas de tu casa. Lo que no mata, engorda”, le respondió
Francisco.
Sergio subió presuroso al último piso
y bajo dos cucharitas. Ambos comieron con un gusto el helado ante la sorpresa,
asco y carcajadas de la patota. ¡Par de locos estos dos! Se escuchó decir.
Francisco había conocido a Sergio en
una de esas tantas reuniones con la patota de Magdalena. Pese a su timidez, le
hizo el habla a Sergio que salió de su habitación luego que el enamorado de su
hermana le rogara –casi lo obligara- a hacerlo.
Sergio era antisocial al 100%. Dormía
de día y recién salía de su habitación en la tarde/noche y “vivía” de madrugada.
Odiaba el sol y por eso estaba pálido. Su cabello negro largo le tapaba la
cara, inclusive sus lentes, ocultando sus ojeras y esa mirada triste y
desconfiada.
Vestido con su inseparable casaca de
jean y un jean desteñido, Sergio se sentó en el mueble junto a Francisco.
Comenzaron a conversar de música y Sergio desde un primer momento dejó sentado
su fanatismo por Rush y su adoración por Neil Peart. También le gustaba el
metal sobre todo Slayer por Dave Lombardo, Metallica y algunos grupos más.
Tocaba los ritmos de batería con sus
manos sobre sus piernas y su otra pasión era la lectura, autores como Camus,
Sartre y la filosofía existencialista.
Sergio odiaba el colegio y por eso no
lo había terminado pese a que era una persona muy inteligente, pero no
aguantaba esa dinámica social y las reglas escolares. Años después, lo
terminaría de forma no escolarizada y estudiaría en la universidad, llegando a
ser profesor inclusive.
Poco a poco, Sergio y Francisco se
comenzaron a frecuentar para escuchar música, ir a conciertos y hacer largas
caminatas por las variopintas calles de Lima. Las conversaciones eran
interminables. También formaron su primer grupo de metal que Francisco bautizó
como Presagio y que compartían con Robot y el Ratón.
Ensayaban en el cuarto de Sergio, que
tocaba sobre su cama y luego se hizo una especie de maqueta de batería. Horas
de horas la pasaban ensayando los temas de siempre como Detrás de tu imagen,
Cayendo al vacío... Siempre estuvieron en búsqueda de una primera guitarra y
fue “El Loco” que se sumó a Presagio aunque sin buenos resultados.
En cada ensayo, “El Loco” se olvidaba
las partes que debía tocar y el resto de la banda fue perdiendo la paciencia
con el paso del tiempo porque veían que no avanzaban y que su primera guitarra
era un ancla para ellos. Hasta que llegó el día en que Sergio no se aguantó más
y le dijo: “Encima de loco, sordo y huevón”, ante la risa cómplice del Robot,
Ratón y Francisco.
Presagio duró como tres años, muchos
ensayos pero pocos conciertos. Inclusive, nunca salieron en ningún flyer.
Debutaron en el jirón Malambito del Centro de Lima en uno de los conciertos
organizados por Monín que les dio la oportunidad de tocar en varias
oportunidades.
En una de ellas, abrieron el
concierto para que los mutantes empezaran a ingresar al local al escuchar la “bulla”.
Felizmente para los Presagio, Monín les pidió que subieran al escenario horas
más tarde cuando ya había más público.
Francisco gritaba el tema “Dios no ha
muerto, el ser humano lo ha matado con sus doctrinas y religiones” y, al alzar
la mirada, vio con sorpresa cómo se había generado un tremendo pogo, al punto
que varios mutantes, con los diablos azules encima, perseguían a sus pares con
sillas al grito “Dios no ha muerto”.
También se presentaron en San Juan de
Miraflores en un aserradero de una amiga junto a Actitud Frenética y La Bosta.
Enormes tablones apilados formaron un escenario bastante alto pero que no
permitía moverse mucho a las bandas porque se podía venir abajo en cualquier
momento.
Unidos por la música y la filosofía existencialista,
Sergio y Francisco paraban juntos transitando las grises y sucias calles de
Lima. Y fue la mancha del Gato, Ñaka, Pazuzo y Culebra que los bautizaron como
Sergio de Piña y Francisco de Chocolate
porque ambos caminaban encorvados al mismo ritmo, usaban lentes y el pelo largo
les tapaba la cara.
Su amistad crecía día a día y una
tarde, caminando por la avenida Arequipa, Sergio le dio un beso en la cabeza a
Francisco y le dijo que lo quería. Francisco lo tomó como un gesto de amistad,
de identificación plena, y continuaron caminando hacia Miraflores.
Pero luego, Francisco empezó a
estudiar periodismo y se enamoró de una bella “gitana”. Cada día tenía menos
tiempo para visitar a Sergio y, cada vez que se veían, este le reclamaba que se
estaba alejando de él por una mujer.
Las discusiones se acrecentaron y una
tarde Sergio convocó a Francisco a su casa en Magdalena para decirle delante de
“El Loco” -había sido citado como “testigo” o “notario”- que su amistad había
terminado y que no quería volver a verlo nunca más. Y así fue…
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