CELESTE




El enemigo
Miraflores, 1991. A Ratón, Robot y Francisco los une dos pasiones: el metal y el fútbol. En los últimos tres meses habían ensayado casi todos los días en el llamado “gallinero” ubicado en el techo de la casa de Pino en Miraflores.
Debido a la timidez de los tres y de venir de estratos sociales diferentes, la química demoró pero llegó a fluir gracias a su devoción por Slayer y a la celeste. Luego de hacer bulla por un par de horas un sábado de abril, se pusieron a conversar de fútbol y convinieron que al día siguiente irían al estadio por primera vez juntos.
Se trataba del U-Cristal, un partido que marcaría sus vidas. Como cada uno vivía en lugares distintos de la ciudad -San Juan de Miraflores, Barranco y San Isidro- acordaron reunirse en la avenida Alfonso Ugarte para ir caminando al estadio.
Ingenua y temerariamente llegaron caminando solos al Lolo Fernández en el viejo barrio de Odriozola en Breña. Compraron sus entradas e ingresaron a la tribuna Oriente donde estaba apostada la barra celeste.
En un inicio, los hinchas rimenses los vieron con cierta desconfianza como si se tratasen de “cremas” que se querían infiltrar en la barra celeste, pero con el paso de los minutos y de su constante aliento, las dudas se esfumaron.
El Lolo hervía en aquella tarde dominguera. Los cremas estaban con la sangre en el ojo porque los celestes no quisieron postergar el partido ya que ellos a los pocos días tenían que jugar un partido importante por la Copa Libertadores.


El enfrentamiento entre la Trinchera Norte y la barra de Oriente con el naciente Extremo Celeste no se hizo esperar, e inclusive un proyectil le cayó en la cabeza al arquero rimense Castagneto caldeando aún más los ánimos.
La violencia de la tribuna se trasladó al campo de juego y los roces y conatos de bronca entre los jugadores no se hicieron esperar.
La ‘U’ golpeó primero y temprano. No se jugaba ni el primer cuarto hora y el uruguayo ‘Pinocho’ Vargas puso adelante a los cremas.
Los celestes no bajaron los brazos ni en la cancha ni en la tribuna y dos tiros en el palo de Franco Navarro y la ‘Pepa’ Baldessari fueron un claro aviso de lo que estaba por venir en el Lolo.
La remontada llegó en el segundo tiempo con dos golazos de la ´Pepa´, que inclusive se falló un penal que desvió el ‘ruso’ Zubczuk con los pies.


La volteada encendió aún más las tribunas. Desde la popular, integrantes de la Trinchera Norte intentaban pasarse a Oriente para enfrentar a los hinchas celestes, que empezaron a arrancar las bancas de madera del viejo Lolo para utilizarlas como armas de defensa y que terminaron lanzándolas al campo de juego.
La Policía no se daba abasto y el pitazo final del árbitro César Cachay dio inicio una guerra campal fuera del estadio.
En clara minoría, los celestes pretendían salir hacia Alfonso Ugarte por el jirón Jorge Chávez. Robot, Ratón y Francisco estaban con toda la barra -que no sumaban más de 120- cuando se vieron acorralados por la Trinchera y la barra de Oriente que los superaban en número y ferocidad.
De pronto, envalentonados por el triunfo y con la adrenalina a tope, un grito irrumpió entre los celestes: ¡Vamos a guerrear carajo! ¡Muerte a las gallinas! ¡Ahora o nunca! Yaaaaa!!! Todos contagiados por el grito de guerra corrieron hacia una sola dirección, lo que provocó que los cremas retrocedieran y Robot, Ratón y Francisco pudieran escapar por la calle Sánchez Pinillos hacia Alfonso Ugarte. Al primer microbús que vieron, subieron raudos para ponerse a salvo.
Ya en casa se enterarían por la televisión de la quemadel bus que iba a transportar a los jugadores de Cristal y que felizmente no dejó víctimas.
El domingo 21 de abril marcó un hito entre la U y Cristal. De esa fecha en adelante, se dejaron de mirar como rivales, ahora eran enemigos. La guerra estaba declarada.
Ese domingo también marcó un hito en la historia de Ratón, el Robot y Francisco. El inicio de una amistad inquebrantable, sellada por una pasión en medio de un clima de violencia.


Los Slayer
El extremo Celeste se dividía en grupos que venían de diferentes sectores de la ciudad. Ratón, Robot y Francisco venían de distritos distintos y por ello se agruparon bajo su otra pasión: Slayer. Ratón elaboró la bandera que los identificaría en adelante en el Extremo.
Al trío se les sumó Gastón, que fue rebautizado como el Tío Cosa, Mono de San Juan y algún otro amigo más.
La barra estaba integrada por singulares y pintorescos personajes encabezados por César. Sí César, así a secas. Siempre flanqueado por ‘Magnate’ con su eterna mochila, ‘Pelo Duro´, Jeffrey, Doyle, el Chino, Hemil y el pequeño ‘Chucky’ de Surquillo que siempre paraba asado y buscaba bronca hasta por gusto.
También destacaba el negro ‘Tirulero’ y ‘Berraquito’ que paraban cuadrando a los incautos que se encontraban en su camino. El más alegre -sin duda- y que ponía la chispa era el ‘Pibe’ Valderrama.
¡Que baile Valderrama tralala lala! Y el clon del jugador colombiano hacia sus pasos con botella en mano ante la algarabía de la mancha celeste.
También estaba el tío Coqui, el más experimentado, que venía de la barra Fuerza Oriente y que tenía mil y una historias que contar, inclusive del Sporting Tabaco.
Los Slayer poco a poco se fueron ganando un espacio y respeto en la barra y su bandera se paseó por todos los estadio de Lima y provincias.

Matute
Sábado por la tarde, partido en Matute.  La mancha celeste se fue juntando en una pequeña bodega de Paseo de la República con Isabel La Católica.
Las camisetas celestes llegaban en pequeños grupos desde la avenida Arequipa o el Zanjón. Ratón, Robot y Francisco se juntaron con la barra y, luego de comprar a Magnate las entradas de cortesía que daba el club, caminaron junto al Extremo por Isabel La Católica hacia el estadio aliancista.
La barra se quedó apostada en la esquina de Isabel La Católica con jirón Abtao haciendo hora para ingresar al estadio íntimo.
Algunos hinchas se pusieron a tomar unas cervezas en las chinganas aledañas mientras que los líderes se alejaron unos metros más allá del grupo.
Francisco le llamó la atención que los líderes de la barra habían formado un pequeño círculo y se cagaban de risa de rato, sin que nadie se les acercara.
Poco a poco, Francisco fue acercándose tímidamente a ver qué pasaba. Sus ojos se abrieron sorpresivamente al ver que sobre una tabla de madera había hileras de polvo blanco y uno a uno, los líderes del Extremo agarraban una tarjeta para esnifar.
¡Qué mierda miras gringo! ¡No seas zapato! Ja, ja, ja reían a carcajadas César, Magnate, Pelo Duro y compañía.
-          A mí me han dicho que tú juegas de carrilero o de puntero mentiroso porque te encanta la línea, le dijo César con una mueca burlona y desconfiada.
-          ¡Ya circula nomás! Le dijo César a Francisco que se fue sin decirle nada mientras la pequeña mancha seguía con sus grandes aspiraciones.
¡Salta el escalón, salta el escalón que el Extremo ya llegó!




La academia
Jesús María, 1983. Francisco jugaba bádminton, pero su pasión era el fútbol. Sus padres le habían inculcado el deporte de la raqueta y la plumilla desde muy chico y había demostrado el talento que no tenía con la pelota.
Francisco mostraba un juego agresivo en contraposición a su evidente timidez y perfil bajo. El ‘gringo’ se transformaba al entrar a la cancha, se le subía la adrenalina a tope y se mostraba desde un inicio al ataque.  Le gustaba saltar lo más alto posible y matar con todas sus fuerzas, como queriendo hundir la plumilla en la cancha. Mates paralelos o cruzados eran su fuerte, aunque también tenía buena muñeca y ponía unos tiros colocados y con efecto.
Pese a sus condiciones, que lo llevaron a ser campeón nacional a los 12 años, Francisco le insistía a su padre que lo suyo era el fútbol.
Carlos, su padre, finalmente cedió ante los pedidos de su hijo y lo inscribió en la Academia Tito Drago en la vieja cancha del Lawn Tennis.
El primer entrenamiento fue todo un reto para Francisco porque su timidez no le permitía desenvolverse en escenarios extraños y nuevos para él.
Lo recibió ‘Títin’ y el gran Tito Drago.
-          Y gringo, ¿de qué juegas? le preguntó el gran Tito que vestía de buzo con su inseparable gorra inglesa.

-          Puedo jugar de lateral o puntero derecho, señor, le dijo tímidamente Francisco.

-          Muy bien, dijo Tito, que le dio una cariñosa palmada en el hombro mientras que ‘Titín’ lo acercaba al grupo que le correspondía: la categoría 72.
Francisco se sentó con el resto de pequeños en el dañado césped, formando un gran círculo alrededor del entrenador.
Gonzalo era un tipo joven, delgado, de cuello y perfil de ganso, de apariencia bonachona pero poco atlética. El DT empezó a preguntar los nombres de sus nóveles jugadores, los puestos en que querían jugar y de qué equipo eran hinchas.
La mayoría dijo que era de la U y de Alianza. La mayoría quería ser delantero o ‘10’ aunque también había dos arqueros, y oh sorpresa, no eran ni los gorditos ni los lornas del grupo.
Llegó el turno de Francisco que dijo su nombre casi de manera inaudible, que podía jugar de lateral o puntero derecho y que era hincha de Cristal.
Algunos voltearon a verlo como bicho raro porque el 90% era hincha de los ‘compadres’ y solo un par de la celeste o del Muni.
Su hinchaje por la celeste no venía de familia. Su padre era del Sport Boys –Carlos nació en Bellavista- y la familia de su madre era de la U, Alianza y Municipal, inclusive un pariente lejano, Mario de las Casas, fue uno de los fundadores del equipo de Odriozola.
Francisco siempre se sintió diferente, con poco sentido de pertenencia y no le gustaba repetir como borrego o seguir una tradición simplemente por seguirla. Así que los equipos de la ‘U’ y el Alianza le eran ajenos.
El primer jugador que lo deslumbró por su habilidad, inteligencia y actitud de siempre ir al frente ante cualquier rival fue Julio César Uribe, el ‘Diamante’.
Los rivales decían que era un negro sobrado, ‘botadera’, mientras que Francisco veía en él a un jugador con un talento sin igual, seguro de sí mismo, un ganador, todo lo contrario a como él se veía. Siempre con cabeza levantada, mirada altiva, postura de desprecio, el ‘Diamante’ desafiaba a cualquier rival y no arrugaba.
Otros jugadores que lo impresionaron en su infancia fueron Juan ‘Gol Caballero, el veloz y encarador César Loyola y el pícaro Jorge ‘Coqui’ Hirano.
Y en el arco, el chato Humberto Valdettaro lo deslumbró con sus ‘voladas’ de palo a palo y sus atajadas espectaculares pese a su tamaño poco idóneo para el puesto.
Francisco llegaba todas las mañanas entusiasmado al maltratado verde del Lawn Tennis a entrenar. Poco a poco fue entrando en confianza con el grupo y empezó a hacer amistad con Mario, Gianfranco, el arquero Eduardo, Oscar, entre otros.
Su padre con gran ilusión le compró sus primeros chimpunes Power y una pelota de cuero cocida paño por paño de una de las tantas casas deportivas que había en la avenida Abancay.
La primera redonda no le gustó mucho a Francisco porque tenía paños casi morados y otros color caca, un marrón bastante feo. Poco a poco la pelota se fue ‘ahuevando’ por el uso y por la lluvia a la que fue sometida. Luego llegó una blanco con verde, más acorde con su gusto.
Tras tres o cuatro semanas de entrenamiento, llegó a la Academia Tito Drago una sorpresiva invitación. La Academia Cantolao -uno los mejores semilleros de menores del país en ese entonces junto al Deportivo Zúñiga- organizaba su primera Copa de la Amistad en la que participaban equipos internacionales.
En la familia Drago tomaron la invitación con pinzas porque no querían exponer a niños en formación a una exigente competencia que los podía frustrar al competir en desigualdad de condiciones.
Luego de pensarlo muy bien y con el compromiso del entrenador Gonzalo de sacar adelante el reto, la academia aceptó participar. La sede que le tocó a la categoría 72 fue el colegio San Agustín de San Isidro.
Las goleadas no se hicieron esperar. Pese al entusiasmo y la entrega de los nóveles jugadores, los equipos más experimentados los pasaron por encima. Goleadas de 3-0, 4-0, 5-0 hasta 7-0 sufrieron las camisetas azules de Tito Drago.
Dado los resultados, el ídolo de Municipal se escondía de la vergüenza detrás de los árboles que estaban a un costado de la cancha del colegio santo.
Pese a la mala campaña, la academia Tito Drago brindó sus mejores partidos a los favoritos del grupo -la U de Chile y Universitario-, parándole el ‘macho’ como se dice. Los pequeños de Gonzalo dieron sus mejores actuaciones y solo perdieron 2-0, vendiendo cara a sus derrotas.
El equipo azul y blanco no pudo anotar ni un solo gol en el torneo. En el partido final, tuvo la oportunidad de hacer su único gol, pero su ‘cañonero’ Zúñiga le salió un tirititito desde los doce pasos ante la frustración y quejas de sus compañeros.
Al pequeño Zúñiga le temblaron las piernas y al llegar sobre el balón pateó más tierra y pasto que otra cosa y el balón salió lenta y mansamente hacia las manos del arquero del Liceo Naval.


Su primera vez
De tanto insistirle, Francisco quebró la negativa de su padre y logró que lo llevara por primera vez al viejo Estadio Nacional para ver un partido del Descentralizado.
Era una tarde sabatina donde se enfrentaban el Sport Boys del Callao y su querido Sporting Cristal. Carlos había comprado dos entradas para Occidente Alta y cuando llegaron al coloso de la calle José Díaz se percataron que sus numeraciones coincidían con la barra rosada que estaba apostada justo allí.
Francisco, un tanto asustado, le dijo a su padre que se podían sentar en otra parte porque la tribuna no estaba llena.
-No Francisco, de ninguna manera. Yo he comprado estos boletos y haremos respetar nuestros lugares. Eso es lo correcto, le dijo su padre, mientras Francisco se encogía de hombros y subía las escalinatas.
Su padre le pidió a un acomodador que lo llevara hasta la numeración que decía los boletos. El gordito subió prestó hasta el lugar y le señaló el lugar donde estaban unos morenos grandes y fornidos con camiseta rosada por unas cuantas monedas.
-Señor, disculpe, pero están ocupando nuestros lugares, le dijo Carlos con voz firme a los avezados hinchas del Boys.
-Uno de ellos se paró de forma parsimoniosa.
A ver, gringo –respondió el hincha rosado- que miró con cierta displicencia los números de las entradas.
-Ok, familia, no hay problema, y acto seguido le dijo a sus acompañantes que se sentaran más allá.
Francisco se sorprendió de la firmeza de su padre para exigir sus derechos pese a que estaban en pierde y procedieron a sentarse.
Con el paso de los minutos, Francisco le pidió a su padre que le regale una gorra de Cristal y su padre accedió. Temeraria e ingenuamente Francisco se la puso, sin medir lo que pudiera pasar por estar justo debajo de la barra rosada.
Felizmente, el partido terminó 1-1 y todos nos fuimos a casa en paz.

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